Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental
Justo cuando terminé de leer La Biblioteca de la Medianoche y aún intentaba discernir
si el regusto amargo que paladeaba era debido a la decepción por su previsible y edulcorado
final o a que se había terminado muy pronto, sonó el teléfono preguntando, proponiendo,
sugiriéndome una actividad para el ocho de agosto. La conexión fue inmediata.
La novela de Matt Haig, galardonada con el premio Goodreads a la mejor obra de
ficción de 2020, aunque toca muchos temas como la amistad, la familia, el éxito y la
orientación sexual, trata sobre la depresión y el suicidio a través de una historia muy atractiva
y sencilla de leer a caballo entre la física cuántica, la filosofía, la fantasía y los libros de
autoayuda.
“Entre la vida y la muerte hay una biblioteca”, por lo menos para la protagonista, con
una ingente cantidad de libros donde puede leer las diferentes vidas que podría haber vivido si
las decisiones que hubiese tomado hubiesen sido otras. El peso de los arrepentimientos (es el
primer libro que lee), la incertidumbre de haber errado y la frustración por los resultados
obtenidos es lo que la llevan a dudar de todo, a la desazón, al miedo y a no encontrar una pizca
de esperanza, un destello de luz que seguir en la oscuridad en la que se encuentra y a tomarse
un bote de pastillas.
Tomamos miles de decisiones al día, la mayoría de forma automática y sin ser
conscientes de ellas, pero cada una da lugar a otras miles, determinando la vida que llevamos,
la de los que nos rodean y el futuro al que nos encaminamos. Las más difíciles, las que eres
consciente de su trascendencia, son las que recuerdas como puntos de inflexión y a veces,
aunque no sirva para nada, vuelves a revivirlas imaginando qué habría pasado de haber
escogido de forma distinta.
Jugando con la metáfora del árbol del conocimiento, se presenta nuestra vida como un
árbol que se va ramificando, creciendo, abriéndose, expandiendo su copa con cada decisión
que tomamos. Los brotes verdes, que darán nuevas flores, frutos y atraerán a muchos
animales a tu alrededor, seguirán sucediéndose, pero si te quedas atrapado en una de las
ramas, de las bifurcaciones, te perderás el espectáculo de la vida y el árbol se irá deformando y
debilitando poco a poco.
El autor juega con la teoría de cuerdas y del multiverso, para que la protagonista,
mientras se debate entre la vida y la muerte, tenga la ocasión de poder saltar de una vida a
otra para comprobar si esos remordimientos que la habían atormentado eran fundados o no.
Le da la opción de poder quedarse en la vida que más le guste, pero si no se decide, terminará
muriendo.
El desenlace no lo destriparé, solo les diré que es demasiado evidente, aunque es lo
de menos. Haig no estará arrepentido por el que eligió porque su novela ha vendido más de
siete millones de ejemplares y pronto se hará una película. Aunque, como explica en la
historia, el éxito, reconocimiento y dinero, no tienen que ir aparejado a la satisfacción
personal. Quizá eligió pensando en lo primero o quizá esté feliz con su decisión y el éxito
cosechado.
El caso es que hace dos semanas, el ocho de agosto iba a ser un día tranquilo tomando
decisiones de forma inconsciente, pero, sin saber cómo, se ha convertido en un imán de
neodimio que atrae actividades y hemos tenido que elegir, descartar y reorganizar (bajo el
principio de preferir ser cabeza de ratón a cola de león) entre visitas al faro del Sabinal,
talleres, las firmas en la Biblioplaya con los compañeros de Letras de Esparto, el
apadrinamiento de playas, las perseidas en alta mar y el anillamiento de flamencos de Fuente
de Piedra. A este último, como suele ser habitual, no estoy invitado, ¿por qué habría de
estarlo?, pero si no hubiese tenido nada que hacer, lo mismo habría lloriqueado lágrimas de
cocodrilo por ir, porque visto uno, vistos todos.
Entiendo que si no hubiese leído el libro, no me estaría preguntando si las elecciones
han sido las acertadas. A priori son intrascendentes, pero lo mismo pensaría el que tomaba un
café con Koldo y ahora aparece en sus 22.000 audios, o el que tropezó con Montoro en la
puerta del Congreso y días después recibió una inspección de Hacienda, o los que falseaban
sus titulaciones recomendados por sus partidos y ahora se sienten abandonados, o Rubiales
cuando dio aquel beso que lo llevó al banquillo, al ostracismo y a ver el subcampeonato de la
Eurocopa (¡vamos, campeonas!) por la tele. Lo mejor, y es otra decisión que tomo confiando
en que no se convierta en arrepentimiento, es centrarse en los brotes verdes y la vida que
generan a su alrededor.